La exposición cuenta con más de 150 fotos familiares y una selección de
objetos históricos de todos los matadores elegidos por sus hijos.
Estará abierta al público hasta el 16 de junio en el salón Bienvenida
de la plaza de toros de Las Ventas.
Pienso
en cuando mis hermanos y yo éramos pequeños y una oleada de sentimientos
revueltos viene a acompañarme: felicidad, miedo, amor, respeto, admiración…
Miro hacia atrás y la añoranza se hace dueña de mí. Veo ahora a mi padre entrenando
en la pista de tenis de casa con todos nosotros revoloteándole alrededor y
peleándonos por ver a quién le tocaba embestir mientras toreaba de salón; mi
madre desde un banco cercano nos miraba discreta y radiante de felicidad.
Mi padre embistiéndonos a mi hermana Ana y a mí,
en la terraza de casa, bajo la mirada cariñosa de mi madre.
Recuerdo
como si me doliera hoy la rabia y la tristeza que nos atrapaba a los cuatro cuando
intuíamos que papá se iba a torear… Se las tenía que ingeniar muy bien para
poder evitar el numerito que le formábamos cada vez que le pillábamos bajando
por las escaleras maletín en mano. Aunque conspiraba con mamá a nuestras
espaldas para evitarnos el mal trago y ahorrárselo a él mismo también, la
intuición de los hijos de los toreros es tremenda casi desde el día de su
nacimiento… Cuando en alguna ocasión conseguía salir mientras nos entretenían
en el lado opuesto de la casa, la historia no cambiaba mucho. Una estela de su
perfume inconfundible quedaba suspendida sobre las escaleras… Seguíamos oliendo
su presencia pero ya no estaba… y un miedo que no éramos capaces de
racionalizar nos aturdía.
Mi padre con Josemari en los corrales.
Mi padre con Josemari entrenando de salón.
Josemari con mi padre el día de nuestra comunión
el que sería su primera Porta Gayola
Josemari con mi padre el día de nuestra comunión
el que sería su primera Porta Gayola
Otras
veces veíamos la otra cara de la moneda. Después de días, semanas, incluso
meses sin verlo, aparecía sigiloso de madrugada y nos despertaba a todos fuera
la hora que fuera. Los gritos de alegría se debían oír en todo el vecindario.
Entonces bajábamos al salón, nos empujábamos unos a otros para sentarnos cerca
de él y la fiesta estaba montada en un abrir y cerrar de ojos. Ponía música,
Josemari y Manolito toreaban de salón y mientras tanto Ana y yo, bailábamos y
cantábamos ese flamenco tan suyo que ha compuesto la banda sonora de nuestras
vidas. A veces, rompía la fiesta la voz de la conciencia de mi madre, que como
responsable en el día a día de nuestra educación docente, le reprochaba con
cariño a mi padre que ya era tarde y que al día siguiente teníamos que
levantarnos temprano para ir al colegio. Mi padre entonces sonriente rebatía
con cariño: “Yeyes, hace tiempo que no veo a los niños, son las cuatro de la
mañana, necesito estar con ellos hoy para celebrar mi triunfo, pero otro día
puede que los necesite para que me apoyen en mi fracaso… ¡Qué no vayan al
colegio! “Premio Nobel” no van a ser y si lo tienen que ser lo serán de igual
manera”. Entonces mi madre comprensiva cuidaba de que todo estuviera en orden…
¡Terminábamos todos dormidos encima de él!
Mi padre con Manolito y conmigo en la finca de Felipe Lafita.
Y
así, poco a poco y de manera inconsciente, fuimos empapándonos de todos los
valores, liturgias y temores que rodean a un torero… Hacíamos de sus silencios
los nuestros, sus descansos eran sagrados, las horas de entrenamiento de una
disciplina de élite. Si sumamos todos estos factores sólo puede salir como
resultado una TREMENDA ADMIRACIÓN alimentada a diario. Asimilamos conceptos
impensables hoy por hoy en un niño, por ejemplo, de 7 años y maduramos muy
pronto sin abandonar nuestra cuidada infancia. Puede parecer una incongruencia,
pero así fue.
Mi padre conmigo en mi primer verano.
Mi padre toreando conmigo en brazos
en el bautizo de mi hermano Josemari.
Personalmente
creo que es tremendamente difícil ser hijo de torero, pero más difícil es ser
padre y torero. Lo imagino ahora con mis 32 años cumplidos (con lo que este
hecho supone a la hora de sopesar las cosas) y se me parte el alma cada vez que
viene a mí el recuerdo de la despedida… El adiós a su mujer y a sus hijos, sabiendo
que iba a jugársela para que a ninguno nos faltase de nada y barajando la impía
posibilidad de resultar herido o incluso perder la vida. Por eso nuestro padre
es nuestro HÉROE y nuestra madre su
HEROÍNA pues consiguió con gran maestría hacer de todo aquello algo natural.
Brindis de mi padre a mis hermanos.
Así
que cuando Sonia González, hija del Maestro Dámaso González, me propuso
participar en una exposición que tenía como fin homenajear a nuestros padres
toreros, no me lo pensé dos veces. ¿Qué mejor homenaje puede tener un padre que
el reconocimiento a toda una carrera y el orgullo por parte de sus hijos? No se
merecían ni merecen menos. Así que fuimos hilvanando lo que iba a ser y
representar la exposición. Elegí junto a mis hermanos y mi madre las fotos
familiares que más nos gustaron y las reunimos con dos objetos taurinos que de
alguna manera habían marcado su carrera: la coleta que le cortó mi hermano
Josemari el 6 de mayo de 2006 en Sevilla y un capote de paseo con La Virgen de Guadalupe bordada
en la espalda.
Capote de paseo de la Virgen de Guadalupe.
Josemari cortándole la coleta a mi padre
el 1 de mayo de 2006.
Y
llegó el día. El pasado 28 de mayo, apoyada por “El Consejo de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid”
representado in situ por su presidente Salvador
Victoria, Sonia González hizo de
comisaria de la exposición como muy pocos
podrían haberlo hecho. Suyo es el mérito de haber reunido a 13 dinastías
toreras: Antonio Bienvenida, Miguel Báez
“Litri”, Victoriano Valencia, “El Viti”, Andrés Hernando, Francisco Rivera
“Paquirri”, Dámaso González, José María Manzanares, Curro Vázquez, Antonio José
Galán, “El Niño de la Capea”,
Luis Francisco Esplá y “El Fundi”. ¡AHÍ ES NADA!
Sonia González presentando la Exposición "Entre el Miedo y Algodones".
FOTO: Javier Arroyo.
Logró
también que todos “los hijos del cuerpo” (como nos suelen llamar) les rindiéramos
pleitesía a nuestro idolatrados padres. Y es que los hijos de los toreros
hablamos un lenguaje que sólo nosotros entendemos, donde a veces las palabras
dejan paso a las miradas o a los gestos cuyo significado queda encriptado para
quienes no hayan pasado por nuestras mismas vivencias cargadas, como ya he
comentado antes, de miedos y respeto.
Con mi amiga Elena González hija del Maestro Dámaso.
FOTO: Javier Arroyo.
Durante
el acto de presentación, miraras al Maestro que miraras, encontrabas en sus
rostros la satisfacción; y no porque se les estuviera reconociendo el mérito de
sus intachables carreras, sino porque se sentían orgullosos hasta el infinito
de sus hijos. ¡Eso para mí no tiene precio! Toda una vida entregada al toro y a
sus sabores agridulces, con la resignación que eso conlleva, con la ambición
escrita en la frente, con la renuncia, el sacrificio y la educación de unos
hijos que echaban de menos en silencio a sus padres. ¡Qué bien lo hicisteis!
FOTO: Javier Arroyo.
Volviendo
al acto en sí, he de destacar que Sonia
tuvo palabras bellas para todos los matadores y familiares que estábamos allí.
Transcribo alguna de ellas porque de verdad que no tienen desperdicio: “Todo lo que hay en esta sala demuestra que
los toreros no sólo han sido y son Grandes Figuras en las plazas donde han sido
ejemplo de honestidad, entrega y sacrificio; sino que se lo han transmitido a
sus hijos. Hemos pasado mucho miedo cada tarde que salían a torear, pero
estamos también muy orgullosos. Esta exposición es un homenaje a ellos y a las
madres, mujeres y familia de los toreros. ¡Va por ellos!”. Yo creo que
mejor no se puede resumir en una frase tantos años de torería, sabiduría,
generosidad, fortaleza y superación.
FOTO: Javier Arroyo.
No
puedo dejar de contaros el momento más emotivo del día y en el que puedo
asegurar que a todos los presentes se nos empañaron los ojos. Fue cuando los
hijos del Maestro Fundi le leyeron a su padre desde el escenario sendas cartas
que le habían escrito. Más tarde, comentándolo con mis amigos (todos hijos de
matadores de toros) coincidimos en lo que habíamos sentido: todos nos vimos reflejados en ellos cuando teníamos sus edades… Cada vez que lo recuerdo,
se me saltan las lágrimas. Y es que la sensibilidad también es asignatura
obligatoria en la educación del hijo de un torero.
Una
vez hubo concluido el acto de presentación nos fuimos juntos a pisar el ruedo
de Las Ventas para hacernos la foto del recuerdo. No me equivoco si digo que
nos recorrió a los que allí estábamos, sin excepción, un escalofrío al sentir
de golpe y porrazo esa descarga de energía que cruzó nuestro cuerpo desde los
pies a la cabeza sobrecargada de miedos, dudas y superación. Con nuestro
particular lenguaje, ese que os he comentado antes, nos lo confirmamos
intercambiando miradas.
Con mis amigas todas hijas de toreros.
De izq a dcha: Yeyes, María Herrera, Elena González,
Lucía Esplá, Paulina, Vero Capea y Paloma Cuevas.
Las dinastías pisando el ruedo de Las Ventas.
Hecha
ya la foto de grupo, regresamos a los pasillos de la Primera Plaza del Mundo y entre
vinos, jamón y queso manchego, fuimos cambiando impresiones alabando
unánimemente el maravilloso trabajo que había realizado mi amiga Sonia.
Y
como si un lote de becerros hermanados se tratase, los hijos de los que habían
sido homenajeados nos juntamos en manada para disfrutar de lo que quedaba del
día. Comimos y fuimos a los toros juntos, tras la corrida a cenar, después de
la cena la sobremesa y más tarde… la celebración nocturna. Si es que nos
juntamos y no hay cuerda suficiente que
sujete a los hijos de los grandes… Gracias a nuestros padres compartimos
amistad, entendimiento y valores idénticos desde que éramos niños.
En el palco de las Ventas con; Tutu Vázquez, Marta González,
María Herrera y Elena González.
En el set de Canal Plus con David Casas los Maestros Dámaso y Capea
acompañados por Paty Dominguín, Dámaso hijo, Sonía González y yo.
FOTO: Javier Arroyo.
Y
así terminó una jornada torera y familiar donde nuestros corazones se sintieron
plenos, contentos, comprendidos y orgullosos.
Desde
aquí le quiero hacer llegar a mi padre lo sumamente ORGULLOSA que me siento de él, quiero hacerle saber también que LE QUIERO CON UNA LOCURA SIN MEDIDAS y
que para mí es GRANDE donde los
haya.
Me
despido con una frase que él nos ha repetido hasta la saciedad: “Tenéis que ser “el mejor” en lo que decidáis dedicaros; y si no el mejor… vuestro deber es estar en el grupo de cabeza”.
MY LOOK:
Sandalias: Sergio Rossii
Gabardina: Zara
Chaqueta: Hugo Boss
Vestido: KV34
Gafas de sol: H&M
Pulseras: KV34
Yeyes.
P.D.
Quiero agradecerle a Javier Arroyo el haberme prestado alguna de las fotos que
acompañan este post sin condición ninguna (www.javierarroyo.com / @javier_arroyo /
info@javierarroyo.es /
Facebook: Javier Arroyo - Atelier fotográfico). Gracias Javi.
También quiero darle las gracias a mi otra familia torera, “Los Dámaso”, por querernos a mis hermanos
y a mí como a unos hijos más. Y por supuesto también a todos los Grandes
Maestros homenajeados y a sus familias de entre las que cuentos con muchos y
buenos amigos. ¡Este post va por todos vosotros!
Una infancia y una vida muy especial es la que teneis los hijos de toreros.Admirable la función de una madre ,haciendo de padre y madre durante las ausencias,a veces,demasiado largas. Manteniendo la figura paterna siempre presente en vuestra vida cotidiana......y cuando llega papá .....la revolución!!!!!
ResponderEliminarEnhorabuena por el post cargado de emoción,cariño,respeto y admiración hacia un padre que lo ha dado todo por vosotros. Un oleeee gigante para él!!!!!